Thursday, November 23, 2017

La Traviata en la Ópera de San Francisco

Fotos: Cory Weaver / San Francisco Opera

Ramón Jacques

Con cinco títulos ofrecidos, la temporada de San Francisco luce muy escasa en esta edición. Muy loable luce la reposición de tres ciclos del Anillo de los Nibelungos de Wagner, programados para junio y julio del 2018, pero parecería que ello mermó los recursos con los que disponía el teatro para su temporada de otoño, decisiones que se manejan al nivel directivo del teatro y que los espectadores jamás conocerán. El punto crítico, a mi entender, porque la tradición y grandeza la grandeza de este teatro, es la notable ausencia de nombres destacados en los elencos, apenas unas cuantas figuras consagradas. Lo que solía ser la regla en el pasado hoy parece ser la excepción. San Francisco es un teatro para ver estrellas no para probar artistas y nuevas voces, sobre todo si no son aquellos artistas que provengan del prestigioso programa Merola, que se dedica a formar futuras estrellas. En la reposición de La Traviata, nos encontramos frente a la situación anteriormente descrita; tres solistas que se dedicaron a cumplieron y nada más.  Además, cantó las diez funciones ofrecidas, cuando se suele programar dos o hasta tres solistas principales. Una incógnita más sin resolver. La soprano rumana Aurelia Florian, en su debut estadounidense, mostró belleza y garbo, y dotes vocales con notables agudos y brillantez en el timbre; pero su desarrollo histriónico no convenció. Su actuación fue plana, igual en cada acto, poco comunicativa y falta de ese plus con el que Violetta sorprende y conmueve al público. Misma situación la del tenor brasileño Atalla Ayan, el punto más débil del elenco.  Su voz lirica es grata en el color, pero no fue gestionada con una buena proyección lo que lo provocó que su canto fuera inaudible o constantemente cubierto por la masa orquestal, coral y demás voces.  
Su actuación fue rígida e inexpresiva, de un artista que, en base a lo visto en el pasado, no estuvo al nivel de exigencia requerido. El barítono polaco Artur Rucińskimostró una juventud francamente inverosímil para la caracterización del padre Germont.  Vocalmente, su desempeño fue discreto, voz amplia adecuada para el repertorio, pero sin más que destacar. Muy bien el coro como para el resto de los solistas, como la mezzosoprano Renée Rapier en el papel de Flora y el barítono Phillip Skinner, de larga trayectoria local, como el Baron Douphol. La parte escénica contó con la opulenta y elegante producción de John Copley, que a pesar de sus tres décadas de existencia no pierde vigencia, con su atención al detalle, con candelabros, fastuosos vestuarios, rojos terciopelos, amplias escaleras, complementada por bailables y ballets y una alegre iluminación. Shawna Lucey fue encargada de la reposición escénica con un buen trabajo. La fortaleza del teatro, su orquesta se lució nuevamente emitiendo un sonido claro, homogéneo, rutilante; en cada una sus secciones bajo la batuta segura, sapiente y entusiasta de Nicola Luisotti, en su ultima temporada como director musical, en la cual condujo también algunas funciones de Turandot.

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